Por Ana
Franchi, investigadora
del CONICET y presidenta de la Red Argentina de Género, Ciencia y
Tecnología (RAGCyT)
En
una entrevista posterior a sus declaraciones discrimiantorias, el
premio Nobel Tim Hunt reconocía el error cometido al pronunciar
aquellas palabras, pero reclamaba que el precio que tanto él como su
esposa tuvieron que pagar por ellas fue "extremo e injusto".
"Estaba nervioso y algo confuso, sí, cuando hice aquellos
comentarios, que, por otro lado, no tienen excusa. Pero los hice en
un tono jocoso, irónico", explicó. Parece que los comentarios
de esta índole como millones de chistes machistas están
naturalizados, o quizás estaban. La rápida reacción de mujeres
científicas en las redes sociales ha llevado al Dr. Hunt a presentar
su renuncia. Algo parece estar cambiando…
La
relación de las mujeres con la ciencia no ha sido fácil, y la
historia de esta relación está determinada por procesos
históricos y sociales y por diversas instituciones que se han
entronizados en lugares del “saber” religioso o académico.
El poder nunca ha dejado de organizar hogueras para hacer cenizas
nuestro conocimiento, nuestra experiencia, nuestra sabiduría,
nuestra rebeldía.
Entre
la Baja Edad Media y la Edad Moderna, decenas de miles de mujeres
fueron quemadas en la hoguera, acusadas de brujería, y otras tantas
fueron torturadas y enviadas al destierro. Las brujas eran mujeres de
ciencia, que ponían en práctica conocimientos heredados sobre
plantas medicinales o ungüentos caseros con lo que prestaban un
importante servicio a la comunidad, pero molestaban a las elites
eclesiásticas, políticas y académicas y por ello fueron
perseguidas y asesinadas. No tenemos que ir tan lejos, universidades
de prestigio internacional como Princeton no aceptaron a su primer
estudiante mujer en ciencias hasta 1975. Fue necesario, en el cercano
1997, un fallo de la Corte Suprema de Justicia para que las mujeres
ingresaran al Colegio Nacional de Monserrat dependiente de la
Universidad Nacional de Córdoba.
Una
reciente investigación realizada en la Universidad de Indiana y
publicada en la prestigiosa revista Nature muestra que si una
investigación científica ha sido dirigida por una mujer, es menos
probable que sea citada después por otros investigadores que si ha
sido dirigida por un hombre. Incluso cuando se trata del
reconocimiento las mujeres científicas siempre quedan relegadas a un
segundo término. Nombres como Gertrude Elion, Emmy Noether o Gerty
Cori han sido opacados por sus contrapartes masculinas, aun
cuando estos hayan tenido menos relevancia en los estudios
presentados. Uno de los casos más notorios es el de Jocelyn Bell
Burnell, una de las grandes
mujeres científicas de la historia que descubrió el primer
quásar trabajando para Anthony Hewish, quien recibió
individualmente el Nobel.
Después
de siglos de discriminación, cuando aumenta la cantidad de mujeres
que se incorporan a la tarea científica, parece que nuestras
lágrimas podrían ablandar a la dura ciencia.
No hay comentarios :
Publicar un comentario