11 de septiembre: Día de las maestras
Según estadísticas
del Ministerio de Educación, entre 7 y 8 de cada 10 docentes en Argentina son
mujeres. El número se incrementa en las auxiliares. ¿Estos números son
proporcionales con la representación femenina en los espacios de poder?
Cada 11 de septiembre se celebra el Día del Maestro en Argentina
en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento, conocido como "el padre del
aula", en el aniversario de su fallecimiento.
Bajo la denominación Maestro, que se impone como universal,
cabe disgregar que es en este sector donde se ensancha la brecha de mujeres que
son maestras.
En la Argentina, según el último censo del sector, realizado
por el Ministerio de Educación de la Nación en 2014, el 75,7% del personal que
trabaja en establecimientos educativos son mujeres. Este número alcanza a un
total de 894.767 personas, de las cuales 724.801 son docentes, y el resto se
desempeña como auxiliares. Esto significa que entre 7 y 8 de cada 10 docentes
en Argentina son mujeres. El sector más numeroso de todo el país, superando al
personal doméstico y al de la salud. El número se incrementa en las auxiliares.
Estos datos representan en
la realidad material una verdadera contradicción: es escasa, incluso
poco visible, la representación femenina en los espacios de poder fáctico. Muy
a pesar de estos números, las
dirigencias tanto gremiales como ministeriales no han dejado de ser espacios
meramente “varoniles”. La docencia, a pesar de ser considerada, más bien por el
sentido común, como una actividad “esencialmente” femenina, sólo tuvo a dos
ministras de educación en la historia argentina: Susana Decibe, última ministra
de educación de Carlos Menem y Graciela Gianettasio, en el mandato de Eduardo
Duhalde. Aunque sus presencias en esos espacios de poder no significaron una
conquista, ya que la tarea de ambas implicó un ataque a la educación pública.
En lo que respecta a la representación sindical, desde su fundación (en el
`73), la Ctera tuvo cuatro mujeres al frente: Mary Sánchez, Marta Maffei,
Estela Maldonado y ahora, Sonia Alesso. Pero quienes siguen siendo vistos como
voceros de sindicato, quienes negocian con los gobiernos, quienes responden a
las entrevistas en la TV sobre las temáticas que atañen a este sector siguen
siendo varones. Aunque las bases sean mujeres, las caras “visibles” y
autorizadas, predominantemente son hombres.
La docencia como
trabajo feminizado
La docencia es un trabajo feminizado, en particular en los
niveles primarios e inicial. Esta feminización del trabajo educativo se remonta
a los orígenes del sistema educativo y, a su vez, esta predominancia se encuentra justificada bajo los preceptos de
la ligazón de la educación básica con las labores de crianza, las tareas
domésticas y demás actividades que son consideradas “de maternaje” lo que
ensancha la brecha salarial y de representación con los varones.
Bajo la perspectiva liberal, el siglo XX se caracterizó por la generalización
de la enseñanza básica en América Latina. Los valores que se defendían tenían
que ver con la gratuidad y universalización de la educación (obligatoria) como
un derecho, que los sectores populares seguimos defendiendo. Por lo que esta
universalización implicó la incorporación masiva de mujeres para su formación
como docentes, lo que significó la irrupción de una gran cantidad de mujeres
que salieron de sus hogares, concebidos hasta entonces como su único entorno
"natural", para ocupar los nuevos puestos de trabajo que generaba la
educación pública. Esta inserción del colectivo de mujeres en la escena pública
amplió la amplitud de derechos y de demandas pero siguió sumando responsabilidades
a las existencias de las mujeres mismas:
el trabajo en las escuelas inserta a las mujeres en otro plano laboral pero
anexa otra faena más a la crianza de las/los hijos y las tareas del hogar, por
lo que estas diligencias alejan a las mujeres de los ámbitos de la política,lo
que complejiza la participación femenina en el plano de “lo político”. Estas
actividades “extra” no son tenidas en
cuenta a la hora de pensar en educación y mujeres, fluctúa en éstas una carga
patriarcal que naturaliza y segmenta los espacios de participación de las
mujeres.
Puede rastrearse en 1884 una política
focalizada hacia las mujeres: la creación de Escuelas Normales sólo femeninas
en cada una de las capitales de “provincia” con becas. El Tercer Censo Nacional informa que para
1914, en Mendoza, la provincia contaba con 614 maestras y 115 maestros de
instrucción primaria (pública y privada). Estas cifras representaban un 84 % de
composición femenina del magisterio. Esta inserción sigue sin ampliar la
calidad de vida de las mujeres en tanto trabajadoras: las extenuantes jornadas
laborales sumada a las tareas escolares extra, la cotidiana exposición a la
violencia laboral, incluso las experiencias de las docentes que enfrentan
directamente violencia psicológica y/o física de sus parejas o ex parejas (lo
que podría añadirse a la violencia institucional que se deriva de ello) hacen
que muchas no puedan acceder a las licencias sin sortear duras trabas. Ni
hablar del caso específico para la provincia de Mendoza en relación con el “ítem
Aula”: las y los trabajadores de la educación deben ocultar dolencias propias,
o de sus hijos/as para no perder un "incentivo" que representa un 10
% del salario. Así estas medidas han bajado los niveles de ausentismo y las denuncias
por violencia de género, no porque hayan disminuido las situaciones en sí sino
por el miedo circundante a perder el empleo o a la rebaja salarial, lo que
significa un logro para esos burócratas y
un retroceso para la educación pública.
Virginia Pescarmona, docente de la Corriente 9 de abril (Lista
Bordó del SUTE), afirma que “con el mandato social de estar siempre dispuestas
a ayudar a los demás, en los últimos años, las maestras cargamos sobre nuestras
espaldas la tarea asistencial que se ha impuesto en el ámbito escolar por el
deterioro económico y social que significaron las políticas neoliberales de los
90”.Y no sólo las docentes. Otra invisibilidad que se suma es la de las mujeres
que trabajan como celadoras en las escuelas, además de las auxiliares y las
porteras, cuyos trabajos siguen siendo precarizados, de larga duración y muy
mal pagos. De las docentes se espera que den más que sólo educación: las expectativas van
desde ver cómo están de salud, limpieza y alimentación sus estudiantes ,
pasando por la tarea de cuidadora (una suerte de niñera-maestra) hasta la
contención psicológica de sus alumnas y alumnos, naturalizando así una
prolongación de las tareas domésticas invisibles y no remuneradas, que en las
lógicas capitalista y patriarcal siguen recayendo sobre estos (nuestros) cuerpos
. Estos estereotipos refuerzan la idea de las (supuestas) "aptitudes
maternales innatas": al pensarse como parte del ámbito del afecto, la
función docente tiene mala remuneración y escasa valoración simbólica,
tensionando la idea del afecto con el pensar que esta tarea es “natural” de una
mujer docente y en esa decidida e ideológica naturalidad se justifica esa
mala paga ya que si es así es porque
requiere poco esfuerzo, es “innata”, porque ¿qué valor específico puede tener una
actividad que se supone que surge espontáneamente en las mujeres por el simple
hecho de “ser mujeres”?
Además, Pescarmona agrega que “bajo el discurso de la “vocación” se ha
escondido por más de un siglo un verdadero “trabajo no remunerado” que permite
ahorrar dinero al estado, robar derecho, y hasta atacar los conflictos cuando
las trabajadoras de la educación salen a reclamar, convocando, por ejemplo,
“voluntarios” para cubrir las aulas de maestras en huelga.”
Reivindicación de las maestras mendocinas
Durante meses de marzo de 1919 y enero de 1920 se gestó un
conflicto social emblemático en la
historia docente e importante a nivel provincial y nacional, protagonizado por
el magisterio mendocino. A partir de reclamos en torno a la inestabilidad
laboral y jubilatoria, la desprotección legal y el atraso crónico en el pago de
los salarios –que para ese entonces sumaban ocho meses–, un grupo de maestras y
maestros se organizaron sindicalmente.
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En la foto, Florencia Fossatti(izquierda), Mará Elena Champeau y Rosario Vera Peñaloza |
Entre ellas rescatamos las presencias de la maestra Angélica Mendoza (1889- 1960), apodada “La
Negra”, quien participó de esta huelga. Ella fue pedagoga, gremialista e
intelectual en su época. En 1925 formó parte de una ruptura del Partido
Comunista que se constituyó en el Partido Comunista Obrero (PCO) y dirigió su órgano de propaganda: La Chispa. Además
fue secretaria internacional de la Comisión Interamericana de Mujeres con sede
en Buenos Aires. En 1928, cuando todavía la mujer no tenía derecho a
voto, Angélica fue presentada como candidata a la presidencia por
el PCO. Escribió el libro “Cárcel de
mujeres. A propósito de mi paso por el Buen Pastor “. Florencia Fosatti (1888-1978) fue una
de las líderes de la huelga de docentes de 1919 en Mendoza. También fue pedagoga,
gremialista e intelectual. Precursora de la llamada “Escuela Nueva”, murió a
los 90 años de edad, el 2 de diciembre de 1978. Y no podemos dejar de lado a María Elena Champeau, de quien
no se tienen datos fidedignos de su nacimiento y muerte, pero junto con
Florencia Fossati encabezó la renovación
pedagógica argentina, y participó en esta huelga. La llamaban la “revolucionaria
del Magisterio”. Ella aplicaba en la escuela el Método Montessori y luchó por
elevar el nivel y la calidad de la escuela, por lo que buscaba desarrollar una
escuela laica, democrática y autogestiva. Todas ellas y muchas otras fueron
cesanteadas, perseguidas incluso encarceladas. Ellas fueron, además,
socialistas, anarquistas y comunistas.
Luego de un siglo de luchas, que involucran el cubrir la
canasta familiar, el pedido expreso de capacitación en servicio, además de la
existencia de jardines maternales y escuelas infantiles en todos los ámbitos de
desempeño de las trabajadoras de la educación y durante su formación ,siguen
siendo una bandera para terminar con la contradicción de ser partícipes de las
bases de un sector predominantemente femenino pero dirigido, guionado por hombres,
que terminan siendo quienes definen el destino de estas millones de mujeres que
integran la fuerza laboral de la educación.
Por esto decimos que basta de invisibilizarnos, el 11 de
septiembre también es el día de las maestras.
Por Yamila Medero