por alejandra ciriza
Por una parte una jornada luminosa de reencuentros, abrazos, palabras, presencias…y ausencias, como la de Beba Becerra, que se fue antes de que tan siquiera pudiésemos soñar con la posibilidad de un Juicio de esta envergadura. Por la otra una jornada particular, como para poner a prueba la paciencia, la infinita y ardiente paciencia que ha hecho falta para llegar a este punto.
Porque estos juicios llegaron gracias a la persistencia de quienes día a día reconstruyeron los recorridos de nuestros seres queridos, de quienes los buscaron y aún los buscan, de quienes supieron lidiar con la adversidad y recurrir a otras tácticas cuando las puertas de las instituciones estaban cerradas para nosotras y nosotros. A cal y canto. Entonces escrachábamos, procurábamos que el olvido y el silencio no cubrieran las infamias cometidas, que no se ensañara con nuestros compañeros y compañeras, nombrados públicamente bajo el imperio del sentido común que la dictadura y el neoliberalismo construyeron. Eran años duros. Y sin embargo los organismos, las personas que los integran, continuaron paciente y arduamente buscando, rememorando, reclamando.
Tanto se hizo que la Argentina ha devenido el único país en el mundo en que se juzga a quienes cometieron delitos de lesa humanidad, y no sólo eso: juzgamos a los jueces cómplices del genocidio.
Por supuesto que es verdad que el Estado ha asumido sus responsabilidades, y que sin un cuerpo de fiscales, sin la secretaría de DDHH de la Nación, sin la asunción de una política de Derechos Humanos como política de estado, probablemente seguiríamos golpeando las puertas de tribunales.
Ayer sucedió que la Megacausa se abría como una promesa de justicia, pero también como instante de peligro.
Quienes han detentado el poder por mucho tiempo no olvidan sus resortes, mantienen vínculos y retienen los gestos incorporados que el ejercicio de la prepotencia repetida ha grabado en sus vidas, en sus costumbres, en sus palabras. Como el destituido juez Miret.
Miret, que está acusado de facilitar el exterminio, la violación y tortura de muchas de personas que fueron asesinadas por la dictadura, desaparecidas, sometidas a tormentos, violadas de manera reiterada, es un poderoso.
De allí que se permita gestos como los que ayer exhibió: ingresar a la sala con una cámara, fotografiar a Auat, exhibirse conversando, tranquilamente parado en el estacionamiento de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza, donde estaba su camioneta, o la de quienes lo conducían.
Miret, está habituado a la prepotencia y la arbitrariedad que ejerció durante años no sólo como juez, sino como profesor titular de ética en la Facultad de Derecho de la UNCUyo; a la impunidad y la complicidad de los poderosos, que le permitieron durante años seguir administrando justicia, aun cuando hubiese cometido gravísimos delitos; al temor que inspiraba, y tal vez siga inspirando. De allí que la Causa de los Jueces sea, a la vez que una promesa abierta, un asunto espinoso ante el cual debemos estar atentas, atentos. Los poderosos no olvidan sus reflejos. Por eso creo que, como hemos hecho durante todos estos años, debemos persistir tras las huellas de los nuestros.
Ni un paso atrás.